En Venezuela, la economía ha navegado durante años por un laberinto de hiperinflación, controles y escasez, culminando en una dolarización de facto que, si bien trajo estabilidad relativa a los precios, dejó una herida profunda y persistente: la paralización casi total del crédito bancario tradicional.
En este escenario de disrupción y readaptación, una protagonista inesperada ha emergido con fuerza:
El ecosistema Fintech.
Lejos de ser una moda pasajera, estas innovaciones financieras digitales se han convertido en un pilar esencial, no solo para la transacción diaria, sino también, y de manera crucial, para intentar suplir la asfixiante ausencia de financiamiento.
La dolarización transaccional, más que una política económica, ha sido un proceso orgánico impulsado por la necesidad. Los bolívares, desprovistos de su valor, cedieron terreno al dólar estadounidense como unidad de cuenta y medio de pago.
Sin embargo, la banca tradicional, estrangulada por el encaje legal del 100%, la falta de liquidez en divisas y la incertidumbre regulatoria, quedó imposibilitada para otorgar créditos a personas y empresas. El resultado fue un estancamiento productivo, donde la capacidad de inversión y crecimiento se vio drásticamente limitada.
Es en este abismo donde las Fintech venezolanas han encontrado su razón de ser y su espacio para la innovación.
Lejos de las grandes plataformas globales que buscan eficiencias, las startups locales, y algunas soluciones importadas, han desarrollado herramientas específicas para sortear las complejidades del mercado venezolano.
Las billeteras digitales y aplicaciones de pago P2P (persona a persona) se han multiplicado, facilitando las transacciones en divisas y en bolívares con una agilidad que los sistemas bancarios tradicionales rara vez ofrecen. La economía del «efectivo no disponible» encontró en el pago móvil una solución de supervivencia.
Pero el rol de las Fintech va más allá de la mera transacción. Su verdadera disrupción radica en la incipiente, aunque vital, oferta de crédito.
Plataformas como Cashea han popularizado el modelo «compra ahora, paga después» permitiendo a los consumidores adquirir bienes a crédito sin recurrir a la banca.
Asimismo, la creciente adopción de criptomonedas y stablecoins (como USDT) ha abierto una puerta a modelos de financiamiento descentralizados o préstamos P2P basados en activos digitales.
Desde la perspectiva legal y regulatoria, el desafío es inmenso. SUDEBAN ha emitido normativa buscando la supervisión de las Instituciones de Tecnología Financiera del Sector Bancario (ITFB), un paso necesario para garantizar la estabilidad y proteger al usuario. Sin embargo, la velocidad de la innovación Fintech a menudo supera la capacidad regulatoria.
En conclusión, las Fintech en Venezuela no son solo un reflejo de la tendencia global de digitalización financiera; son un síntoma y, a la vez, una solución a las complejidades únicas de una economía dolarizada de facto y sin crédito bancario funcional. Han rellenado vacíos críticos, impulsando la resiliencia económica a nivel de calle.
El desafío ahora es doble: para las Fintech, seguir innovando y adaptándose; para el Estado, construir un marco regulatorio que no asfixie esta vital fuente de oxígeno financiero, sino que la ordene, la proteja y la impulse hacia una inclusión financiera más profunda y segura para todos los venezolanos.
Dr. Juan Pablo Rosales Esser
Comentarios recientes